Pongámonos en situación. Un supermercado de Palma de Mallorca, hace algunos días. Al final del pasillo, a una prudente distancia y parapetado tras su carro a medio llenar, el detective vigila a la sospechosa de manos indecisas, convencido de que no tardará mucho en delatarse. Con sus maneras de principiante, con esa torpeza que traiciona a quien tiene remordimientos de conciencia, la presunta delincuente mira a derecha e izquierda, se abre ligeramente el abrigo e introduce dentro el preciado botín. No llegará muy lejos. Antes de que abandone el local, el vigilante de seguridad le cierra el paso para someterla al incómodo interrogatorio. Llega el momento de dar explicaciones. Primero, quién es la ladrona. Nada de una «raterilla» de tres al cuarto: una mujer de mediana edad, y bien vestida. Después, el objeto sustraído. Veamos qué esconde: una bandeja de muslitos de pollo. Y lo peor, el móvil del robo: «Señor, lo necesito para comer».
El «hurto famélico»
¿Un detective en el supermercado? La escena puede parecer una mera anécdota con su punto de surrealismo, pero es mucho más que eso. Sirve para ilustrar una realidad que corroboran la Policía, los dueños de las tiendas y las empresas de seguridad: la crisis económica ha disparado los robos de comida y artículos de primera necesidad. Hay quien incluso afirma que se han quintuplicado. El jamón york o el embutido han destronado a la colonia de marca. Es lo que en el argot se conoce como el «hurto famélico».
Hay otros síntomas. Desde Navidades, algunas grandes superficies han comenzado a guardar las latas de conserva en cajas de cristal con dispositivo antirobo –como las que se usan para proteger los cd– en un intento desesperado por evitar que los clientes se las metan en los bolsillos como quien se guarda un móvil. Además, las empresas de seguridad se han forrado vendiendo sistemas antihurto.Por partes. Lo primero, lo del «espía» del «súper». A las puertas de la agencia de investigadores Cabanach han llamado ya más de 15 cadenas de hipermercados de Baleares pidiendo ayuda para poner fin a la sangría de robos. El resultado tiene un toque deprimente. «En los últimos meses, la pérdida desconocida de género en las grandes superficies ha crecido un 500% –explica el director general de la agencia, Juan Carlos Cabanach–. Antes, lo que más se robaba era alcohol para el botellón o la cuchilla Mach 3 de Gillette, que era cara y se revendía bien. Ahora lo que se llevan es un kilo de arroz, un kilo de azúcar o muslos de pollo. Es el reflejo de lo que está ocurriendo».
Esta realidad tiene un quién. Un cómo. Y un por qué. Según ha constatado Cabanach, el perfil de los nuevos ladrones es el de personas de mediana edad, en muchos casos amas de casa. Su modus operandi deja mucho que desear. «Van metiendo cosas en los carros para después pagarlas, pero mientras tanto se van guardando otras en los bolsos o los abrigos –explica Cabanach–. Pero lo hacen de forma muy torpe. Se les ve enseguida». Lo peor es cuando tienen que explicar por qué lo hacen: «Muchos reaccionan con violencia verbal, pero cada vez vemos más gente mayor que se derrumba cuando les pillan».
«No tengo dinero»
José Luis Bastida, gerente de una tienda de Ahorramás en Madrid, ha constatado que, desde hace un año, los robos se producen casi a diario. «Latas, chorizo, jamón... Son cosas que antes no se llevaban. En muchos casos son personas mayores del barrio que antes compraban aquí. Hace un mes pillamos a un hombre que escondía un bote de body milk. Nos dijo que era para su mujer porque no tenía dinero para comprárselo». ¿Cómo reaccionar en estos casos? Bastida admite que, una vez que les devuelven el género, no queda mucho más que hacer. A mano tienen una excusa jurídica: lo suyo es un robo sin violencia que no comporta castigo penal. Pero más de uno admite tener más apego a la excusa moral, esa que le sugiere que el verdadero chorizo que tiene delante es el que el abochornado ladrón sostiene, envasado, entre sus manos.Para no tener que llegar a estas situaciones, otros prefieren prevenir antes que curar. Es la única salida que le ha quedado a una gran superficie, que ha empezado a guardar en cajas de seguridad sus latas de conserva, un sistema que empezó a emplear en sus productos más caros y que ha dado resultado. «Desde después de Navidades estamos metiendo cada vez más productos en cajas –admite un dependiente–, porque las latas ‘‘vuelan’’ sin que nos demos cuenta. Y acabaremos haciéndolo con más artículos». En este caso es un estante entero de latas de conserva, desde el atún hasta los berberechos. Y no sólo eso. También se ha optado por encerrar en vitrinas bajo llave, durante algunas horas del día, productos como el salmón, las piezas de bacalao o el caviar negro y rojo, de tal forma que para comprarlo haya que pedir al encargado que abra la «caja fuerte». Se pierden clientes, quizás. Pero se ahuyenta a los ladrones sibaritas.
La cadena veterana en esto de encerrar en cajas las conservas es Caprabo, aunque los dispositivos de seguridad se han extendido ya al vino e incluso al aceite de oliva. Aunque robos ha habido siempre, la opinión mayoritaria es que ahora desaparecen los artículos de primera necesidad. «Hemos pedido más vigilantes de seguridad, porque los robos se han duplicado en sólo unos meses», afirma Ainhoa López, gerente de un Eroski Center. «¿Duplicado? Y más, bastante más», reconoce la responsable de una tienda Lidl.
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la crisis económica ha disparado los robos de comida y artículos de primera necesidad. Hay quien incluso afirma que se han quintuplicado. El jamón york o el embutido han destronado a la colonia de marca. Es lo que en el argot se conoce como el «hurto famélico».
ResponderEliminarEn los últimos meses, la pérdida desconocida de género en las grandes superficies ha crecido un 500% –explica el director general de la agencia, Juan Carlos Cabanach.
Antes, lo que más se robaba era alcohol para el botellón o la cuchilla Mach 3 de Gillette, que era cara y se revendía bien. Ahora lo que se llevan es un kilo de arroz, un kilo de azúcar o muslos de pollo. Es el reflejo de lo que está ocurriendo».
la única salida que le ha quedado a una gran superficie, que ha empezado a guardar en cajas de seguridad sus latas de conserva, un sistema que empezó a emplear en sus productos más caros y que ha dado resultado. Aunque robos ha habido siempre, la opinión mayoritaria es que ahora desaparecen los artículos de primera necesidad.